Ilustración: Parque del Retiro. Yo.
Medio año de ausencia. Medio año de serenidad. Medio año de cambios. Medio año.
En una tarde estival, sentada en un banco del Green Park de Londres creo que una vez más me cambió la vida. Miraba entrañablemente la mirada desnuda y amada de mi amigo E y sin darme cuenta sus decisiones se unieron con otras palabras, las de T que me llegaban a través del móvil. Y convergieron, si, como se unen dos ríos en un delta antes de desembocar finalmente en el mar. Cada uno con su caudal, cada uno son su furia o su serenidad particular. Y en el mar, mi vida de nuevo ha dado un golpe de timón, y ahora navego hacia otras aguas. Y me gusta la brisa que acaricia mi rostro y el sol, que todos los días me calienta el cuerpo, me calienta el alma. Sol, mi sol.
Los veranos no me gustaban, pero éste ha sido bueno. Realmente bueno. Imprevisto, si. Extraño, sí, como yo. Bueno.
Este otoño, como los otros, es mejor, pues como he escrito antes, en otoño siempre tengo sueños nuevos. Y además, los inspiro, casi tanto como la luna inspira los aullidos de hombres lobos que habitan las noches de frío y niebla, que en otoños como éste son cada vez más frecuentes.
Por eso mis palabras vuelven, para que de la misma manera que los aullidos arañan la noche, mis palabras rasguen cualquier ausencia. En principio, la mía.
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