martes, 12 de septiembre de 2006

Lágrimas

Ilustración: Furtiva lágrima 3. Nicoletta Tomas.

Desde que me convertí en adolescente me había costado llorar. No podía. Por más triste o decepcionada que me sintiera no lograba que las lágrimas se llevaran la pena de mi cuerpo. Así que aprendí a llorar en seco, que es lo mismo que dejarme invadir por el silencio.
Supongo que de alguna manera por eso escribía, porque cada letra escrita era una lágrima nonata y sólida, cada letra leída era una lágrima interrumpida y gaseosa, en vez de parirlas líquidas, como el común de las personas.
Una vez, tras la primera muerte de mi vida, la de A, mi abuela me dijo que tuviera cuidado, cuando fuera mayor, de sufrir del corazón porque yo no lloraba. Y es que ella no me vio llorar cuando pude, porque nunca me ha gustado llorar con público.
Pero eso me duró hasta que comenzaron las despedidas. Cuando salí de mi macondo particular parece que los lacrimales hubiesen roto el pacto de silencio y se hayan decantado por la lágrima oportunamente fácil.
No necesito el dolor para llorar. Ahora sólo me bastan las despedidas, con sus abrazos cargados de noteolvidesquetequiero y los aromas de acuérdatedemi para parir gotas de aquilosllevosiempre de mi vidriosa mirada.
Sigo prefiriendo llorar sin público, aunque ahora lo haga con él. He aprendido a llorar, y para mi hoy es casi un prodigio.
Después de las despedidas siempre me ocurre, aunque pasen los días, siempre aparece alguna llovizna furtiva en mis ojos cuando menos me la espero. Las lágrimas, por su condición líquida, aunque con diferentes atributos, tienen las mismas propiedades de su elemento: el agua siempre nos hace fluir.

“El fondo de esta ría es un sumidero de memorias y calendarios”
Javier Mar (pseudónimo)

1 comentario:

Liliana dijo...

Te puedes imaginar, todas las emociones existentes y por todas y cada una de ellas, yo he llorado. Me gusta llorar.

DTB