jueves, 7 de septiembre de 2006

Provisiones

Ilustración: Casco central de Maracaibo. Un tal Oscar (¿?).

En Maracaibo el tiempo parece ir a un ritmo particular. Sinuoso, como las gotas de sudor que recorren la piel y que delatan nuestra cercanía a la cintura del mundo.
Amanece pronto y oscurece igual, pero el día se toma su tiempo en agotarse.
De allí que a mi me tome el mío coger su ritmo.
Amanezco en ese jardín infinitamente cargado de recuerdos de mi casa, percibo el olor de la tierra revuelta del patio y del café que madruga con la abuela; escucho los solitarios gallos que todavía quedan en alguna casa del barrio y que aún cantan a lo lejos; poco a poco siento aproximarse el sol inclemente que a partir de las 11 de la mañana es implacable e ineludible. En estas horas cuando el calor comienza su cúspide me gusta quedarme inmóvil debajo del mango que preside el jardín y me consuelo el calor con el viento que mueve sus hojas, mientras miro las macetas pintadas de cal una y otra vez y me pregunto cómo ha hecho la abuela para mantener su variopinto jardín eterno.
En Maracaibo, mi “siempre, por ahora”, rehago el andar por las calles llenas de anécdotas, me encuentro con los amigos y sus novedades, compartimos memoria y con un poquito de suerte, nos conocemos de nuevo, pues cada quien cambia, mientras más se acerca a parecerse a lo que soñó de sí, o no.
En cualquier caso y como mínimo, nos recordamos y queremos como antes.
Respondo las mismas preguntas una y otra vez, repito las respuestas inevitables y dejo en suspenso la recurrente interrogante sobre la fecha de mi regreso definitivo.
Como siempre.
Sinuosa redescubro la ciudad, me estreno en lugares nunca antes visitados, veo árboles que apenas eran retoños la última vez que pasé a su lado y me sorprendo de ver con ojos nuevos mi macondo personal y sus anécdotas insólitas.
Como nunca.
Hasta que se me acaban los días, y ya no vivo en anticipado pues ahora toca en diferido, la ilusión después de vivida deviene en memoria de lo contrario se disuelve en el olvido. La expectativa cumplida da paso a la mezcla de penita y ternura por recopilar suficientes abrazos y aromas para reforzar los recuerdos. Recuerdos que me acompañan, con las mejores fotos, las de mi memoria, de regreso a Madrid.

1 comentario:

Busaquita dijo...

Ayyyy, Maracaibo. cómo extraño esa locura de ciudad, esa maravilla de cosas y de gente que nunca dejará de asombrarme, por su calidez, por su sabiduría de vieja, por sus olores y por estar tan dentro, tan pofundo.