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Desde el primer año fuera de mi ciudad aprendí algo muy muy claro. Con la distancia –física y temporal- solemos idealizar a las personas, las circunstancias, los momentos y los lugares, matizándolos con trazos nuevos, difuminando las inconformidades y tiñéndolos de nostalgia. Aunque -salvo excepciones fundamentales claro- la mayoría de las veces nada de eso sea real.
El verano en Madrid es seco, muy seco. Podemos estar a 45 grados en los peores días de julio o agosto, sintiendo que nos vamos deshidratando cual uvas pasas a velocidad vertiginosa. El sol hace lo suyo y nos abrasa la piel si cometemos el descuido de exponernos a su inclemente afirmación que estamos en el estío. Y en días así, sobre todo a eso de las tres de la tarde, Madrid se me parece demasiado a Maracaibo. Sus calles, la gente que va y viene en ellas, los coches, el olor a piel y asfalto derritiéndose al sol… y Arturo Soria se me antoja no tan distinta a algún trecho de la 72 o de la avenida Universidad.
Pero no es cierto. Estadísticamente hay demasiados coches en buen estado como para estar en Maracaibo, la gente va vestida de verano, como corresponde y no con indumentaria de moda exportada de modelos templados para estaciones menos calurosas, los autobuses tienen aire acondicionado y sólo se detienen en sus respectivas paradas, se respetan los pasos peatonales –de hecho hay pasos peatonales que respetar- , no hay “carritos por puesto” y la humedad relativa no es tan asfixiante como para sentir que formas parte de un guiso urbano preparado a fuego lento. El verano eterno de Maracaibo es húmedo, muy húmedo.
Pero más allá de estas diferencias capitales hay algo que me trae a la realidad y me da la certidumbre de que no estoy en Maracaibo. Cuando llego a casa, y en una exhalación me quito la ropa como si quisiera sacarme de encima con ella el calor, el olor que me inunda es el mío, y no el suyo. Me abrazan los cojines azules que llenan mi cama, y no su mirada almendrada, su voz, sus arrugas, su olor a canela. Como cuando llegaba del colegio o la universidad. Una excepción fundamental.
1 comentario:
Pero seguro que ese olor tuyo, de cuando llegas a casa, es de mango o de plátano maduro asao, y eso también es Maracaibo, que se le queda a uno pegado para siempre.
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