martes, 4 de julio de 2006

Insomnio

Ilustración: Caresse d'un rêve 2001. María Amaral.

En las noches de verano sufro de insomnio. Lo descubrí desde la primera noche que llegué a Francia. En las escaleras de aquella residencia lejana enclavada en el corazón del campus universitario me recuerdo sentada viendo el sol ponerse más allá de las 9 de la tarde –que en la ciudad donde nací se dirían las 9 de la noche pues siempre oscurece a las 6-, sabiendo que me quedaban varias horas de oscuridad antes de poder conciliar el sueño. Y que conste que haber llegado allí era un sueño, hecho realidad. Yo, que desde hace rato ya era –y sigo siendo- mis sueños andando.
Mi cuerpo no se acostumbraba a tantas horas de luz, de sol, aunque luego del poniente todo lo viera muy oscuro. Y efectivamente era oscuro. A pesar del color rosa de las paredes de mi habitación y su gran ventanal a las montañas todo lo veía oscuro, muy probablemente por el aguacero que me inundaba los ojos.
En los veranos siguientes ha vuelto a aparecer el insomnio, aunque no el aguacero en mi mirada. Bueno en alguno más.
Me pregunto si es que con los tiempos estivales algunos sueños se cumplen y el dormir pierde un poco su sentido. Pero eso me toma por sorpresa. Ni mi inconsciente ni mis párpados me lo avisan, así que siempre me toma por sorpresa.
El insomnio llega y se instala conmigo en mi cama. Yo me quedo inmóvil, tendida boca arriba –primera mala señal- viendo el techo sin mirarlo. De repente comienzo a observarlo: la lámpara –me gusta mi lámpara es tan sencilla-, el techo, la puerta… y así comienzo a repasar todas y cada una de las paredes, y de lo que hay en las paredes, y los recuerdos y las personas que me inspiran lo que hay en las paredes, y el escritorio, y la ventana…
Una vez en la ventana abierta me quedo detenida esperando y aspirando que la cortina ondule con una ráfaga de viento. Y al no ser así decido convertirme yo en viento y salir etérea por mi ventana, pero me detiene a tiempo la sensatez y me dice que debo dormir.
Me pongo a ello y adopto mi usual posición boca abajo –supongo que para proteger mi pecho y sentir mi olor, que es mi mejor sedante porque me recuerda al de mi abuela-, y allí, justo cuando han pasado unos minutos apenas, comienzan las vueltas.
Giro a la derecha, luego a la izquierda, luego boca arriba de nuevo y así voy construyendo un laberinto de posturas en mi cama, con mis almohadas, con mis cojines, con mi insomnio.
Y en alguna de esas posturas imposibles me quedo mirando al teléfono que está en la mesilla y repaso mentalmente la lista de voces que podrían usurpar el espacio de mi insomnio.
El insomnio no es buen consejero, así que no siempre que decido dejarme llevar por la tentación telefónica hago una buena elección. A veces dejo de escuchar los augurios de los tambores.
Hay vigilias que me hacen sentir absurda. Más absurda que algunos de mis sueños, por más surrealistas que éstos sean.
Por eso debe ser que prefiero el otoño. Porque en esa estación siempre tengo sueños nuevos. Y duermo.

3 comentarios:

Busaquita dijo...

Me pregunto si es que con los tiempos estivales algunos sueños se cumplen y el dormir pierde un poco su sentido...
No puedo con esto, eres lo máx...
Te sigo

Anónimo dijo...

Aire
soñé por un momento que era aire
oxígeno, nitrógeno y argón
sin forma definida ni color
fui aire volador

Con olor a canela dijo...

Gracias busaquita, yo también te sigo. De hecho tu post titulado Lloré merece más de un comentario de mi parte, así que estamos pendientes.