domingo, 11 de junio de 2006

La Soledad

Ilustración: Pablo Milanés. Desconocido.

"La soledad
anida en la garganta para esperar
el grito que se arranca con su cantar
cuando llega el silencio del desamor".

Es la tercera vez que te veo. La anterior, la segunda, hasta compartimos un cocktail en ese teatro de Madrid un día de otoño que me empapó la lluvia sólo por verte. La primera fue en Maracaibo, y creo que era la primera y única vez que iba con mi madre.
Esta vez, la tercera, iba sola –yo y mis espectáculos en solitude, en los que a veces quisiera tener más testigos-, y en esa esquina del teatro podía verte en todo el esplendor de esas canas que dicen más de tus ires y venires desde y hacia tu isla, Cuba, que las entrevistas que alguna vez has dado.
Tu voz sigue siendo inconfundible, ese timbre desgarrado que araña la conciencia al mismo tiempo que la acaricia y uno no termina de entender con claridad qué puede más.
Recordaba cuando te conocí en esa etapa adolescente, reivindicativa, comprometida y como siempre precoz, cuando te escuchaba, leía sobre teología de la liberación y me daba coraje no haber nacido hombre para convertirme en jesuita y unirme a la lucha en Centroamérica, a la par que me daba pena no haber sido hombre para susurrarle alguna canción tuya al oído de una mujer.
Ahora, en la distancia física y temporal hay algunas cosas que han escogido su lugar en mi vida, por suerte menos adolescente –y quizás menos precoz. Aunque ya no he vuelto a leer sobre el tema, la TL quedó enquistada en mi conciencia y ya nunca pude deshacerme de ella; me sigue dando coraje a veces no haber sido hombre pero ya no para ser jesuita, ni para cantar, pues lo último se reivindicó solo la primera y única vez que me susurraron al oído el estribillo de El breve espacio en que no estás.
Por eso cuando la cantaste casi me sentí etérea, de nuevo.
Tu repertorio esa noche pareció pensado –o debería decir sentido- para mí. Y entendí que el peso y el ritmo de mis pasos de ese día eran iguales a los de los pasos de muchos que llegaron y salieron del auditorio, y de muchos que ni siquiera estuvieron allí, y de muchos que ni siquiera te han oído alguna vez, que no saben que existes. Pero existes, y exististe sobre todo para mí esa noche que parecía más de inminente verano que de poniente primavera.
Fue inevitable. Al salir iba cantando. Cantaba La Soledad. Le iba cantando a la soledad…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Leyéndote, me doy cuenta de lo que ahora me duele no haber compartido contigo más momentos como ese, el concierto de Pablo Milanés, que además, te confieso, nunca ví en directo, esas maravillosas sensaciones y "vibraciones" que seguro provocó... Y junto al concierto, tus reflexiones y sentimientos sobre ello: El reencuentro con nuestra soledad (en el correo que "te debo" te explicaré lo mucho que has hecho por mi reencuentro con mi soledad, que ahora sé que es sólido, agradable, oportuno), aquellas antiguas lecturas que nos han hecho crecer como personas, como "animales políticos": La Teología de la Liberación, el Subcomandante Marcos, Ignacio Ramonet...tenemos aún tanto de qué hablar....Por cierto, espero que de hoy no pase volver a utilizar el teléfono, ese pequeño engendro con el que tengo una relación tan ambigua, para saber de tí....