martes, 20 de junio de 2006

De su Soul a su Soleá

Ilustración: Joaquín Cortés. Desconocido.

Ahora no la cantaba, la veía bailar. Justo una semana después la veía bailar. Esta vez bajo el cielo abierto de una ciudad de los alrededores de mi cotidiana Madrid, veía bailar a la soledad. Llegamos casi justo a tiempo para no perdernos el principio. Y esta vez no era otro de mis espectáculos en solitude.
Ya en una oportunidad había disfrutado de su “duende”, el de él, al otro lado del océano, en mi Maracaibo natal. Y de ello tengo pruebas cuidadosamente conservadas en una pared de mi habitación. En esa ocasión sacaba a bailar a su alma (Soul), gitana y universal, entre palmas y taconeos.
Pero ahora le tocaba a la soleá. Y solitario se veía –y tanto- cuando salió al escenario, relucido no sé si por el juego de iluminación de diseño pensado para la ocasión o por los luceros que podían verse desde nuestros asientos a cielo abierto, que parecían asistir como nosotros a ver bailar, y a dar palmas.
Los vi bailar. Y disfrute viéndolos. A él y a su soleá. Y una vez más sentí ese vínculo común con tantos, presentes y ausentes. Yo y mis coincidencias imposibles.
Siempre he sentido una particular debilidad hacia la percusión, ese sonido seco de algo que hace música cuando se estrella contra otra superficie. Como los cajones de sus músicos, como el acompasado choque de sus pies contra el suelo, como las palmas, las de ellos, las nuestras.
De nuevo ví el “duende”, aunque debo admitir que esta vez más en el mérito de la música que cualquier otra cosa.
Me atrevería a decir, a estas alturas, que nunca había asistido a una celebración tan contundente de la falta de compañía…

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