El sigilo duró poco. Aunque lo había visto venir, la defensa sonó con estridencia. La previsión me sirvió de poco. El escepticismo me sirvió menos. El miedo retumbó en una pregunta. Y ya puestos en el escándalo, decidí abrir la caja de los truenos de una verdad velada y sensible. Y esa noche no hubo silencio. El ego, en palabras merecidas y no, no dejó de hablar.
Entiendo ahora más el horror del Dr. Jekyll frente a su Mr. Hyde.
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