Me decías mi gorda bella. Eso siempre me sonó a verdad, a abrazo, a mimo, a mate caliente de cariño trascendente. Hoy tú has decidido trascender.
Me sembraste el alma, como a todos tus hijos, de integridad, nobleza y amor. Mucho amor.
Hoy me araña la noticia de que no podré disfrutar nuevamente de esos abrazos de oso que me dabas cuando me veías.
Hoy tengo el alma arrugaita, y comparto aunque sea en un cacho el dolor de tu hija, mi amada F. Y de mama D. y de C y de L. Arrugaita.
Qué vaina, C. Hoy me tomo un mate en tu honor, mientras recreo en mi cabeza nuestra largas conversaciones arropados por el humo de tus cigarros y el olor a resina de tu oficina, que terminó siendo más un laboratorio de invenciones y confidencias que otra cosa.
Desde hace un par de años me confiaste por correos tus viajes imaginarios y de allí en adelante fuimos B y C, bellos y barrigones, padre e hija de todos los tiempos. De todos los tiempos, los buenos, los malos. De todos los tiempos.
Y lo seguirás siendo, quiero que lo sepas.
Mi querido C, barbudo y barrigón, padre mío de todos los tiempos.
In memorian
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