Ilustración: Atomix. Nike Sawas.
Detalles que tienen las intrascendencias.
Siempre me han gustado las cosquillas. Hacerlas y que me las hagan. Disfruto escuchar las carcajadas de la victima cuando tomo por asalto su abdomen, su cuello, sus plantas de los pies con mis ágiles y certeros dedos, más si es de imprevisto. Sobre todo las carcajadas de los niños. Y ni se diga del sutil cosquilleo provocado en la espalda, cuello, rostro -por mencionar algunos- con matices más sensuales.
Cuando me las hacen a mi soy presa fácil. Recuerdo que a mi madre no le gusta que la toquen, y menos en los muslos porque le da cosquillas. Pues a mi me ocurre lo mismo pero no sólo en los muslos, que ya es bastante piel. Supongo que es una suerte de sensibilidad amplificada a ciertos estímulos.
Me gustan las cosquillas. Alguna vez leí que para mantener el rostro serio se utilizan más de 70 músculos, mientras que para reír unos 50 y pocos, por lo cual era mejor hacer lo segundo, aunque fuera por economía. Lo paradójico es que siempre he pensado que provocar o conceder una sonrisa –cuanto más una carcajada, o varias- es lo más generoso que se puede dar. Con ello nos curamos de mezquindades.
Cuando me dijiste ayer que con mis letras te había hecho cosquillas en el corazón, de un soplo, sin dejar rastro alguno, borraste el tedio de todo el domingo. Y sonreí.
1 comentario:
Momentos entrañables en una cama que, a mi edad, era gigante. Tres niños revolcándose de la risa y tratando de huir de las crueles y divertidas cosquillas. Llanto de risa, el mejor de los llantos.
Gracias!
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