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M también fue un niño precoz. Tras la ausencia materna se hizo inseparable de su padre, de allí que su breve infancia la pasará entre clases universitarias, charlas y tertulias varias sobre la teoría psicoanalítica y su práctica. Mucho Freud para tan corta edad, creo yo.
A los 9 años, en medio de su pasatiempo favorito de esculcar la biblioteca de su padre descubrió a Federico García Lorca en su Romancero Gitano. Cuando cumplió 10 años, de regalo de cumpleaños pidió boletos para entrar a ver un espectáculo del poeta andaluz que presentaban en su Bogotá natal. A los 11 años quiso lo mismo. A los 12 pidió una bicicleta.
Años más tarde, cuando la ausencia, la precocidad y la curiosidad le pudieron –entre otras razones muy suyas supongo - atravesó al Atlántico en busca de respuestas -¿edípicas quizás?- en Madrid. No sé si las encontró, pero terminó viviendo en Granada sin preverlo ni planearlo. Una tarde sin más apremio que la contemplación se acercó al anciano que tenía por vecino, cuya absoluta compañía era la soledad. Frente a la mirada expectante de aquel anciano, M ofreció en un arrebato altruista e inexplicable leerle algo. Leerle a García Lorca, por ejemplo. El anciano con una expresión irreductible volteó su rostro sin emitir más respuesta que la contundencia del gesto.
Tiempo más tarde, no recuerdo si antes o después del solitario entierro de ese hombre, M descubrió que era un guardia civil retirado y le llamaban “El Maño”. Los libros de historia registran que “El Maño” formaba parte de la Guardia Negra y que de las manos armadas de aquel hombre salieron disparos que impactaron mortalmente contra el cuerpo de García Lorca.
La otra noche, durante una visita rápida a la ciudad por trabajo, en medio de una conversación noctámbula, M tomó por descuido un libro al azar de la biblioteca improvizada del salón de casa. Abrió aleatoriamente en una de sus páginas y encontró el mismo poema descubierto a los 9 años en la biblioteca paterna. Era el Romancero Gitano de García Lorca.
M sigue viviendo en Granada, casualmente la tierra del poeta. Casualmente.
***
A veces las casualidades –las vividas en carne propia y las conocidas de oidas- gritan tan alto, que me cuesta creerme a la primera lo que dicen a voces.
1 comentario:
Ante tan "brutales casualidades", a mí, a veces, también me resulta difícil asimilar lo que nos parecen "querer gritar". TAnto que la historia que aquí nos cuentas me resulta sobrecogedora, impresionante. Espero que podamos hablar sobre ello más tranquilamente (como otra de nuestras "conversaciones pendientes" ;-)
Respecto al estilo, como siempre (y sin que eso le reste valor): encantador...nos llevas "en volandas" a través de la historia. Gracias
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