martes, 25 de julio de 2006

Migas de pan

Ilustración: Todavía te busco y no te encuentro (detalle X). Javier Azurdia.

Cuando comienzas a hacer un camino desconocido, lo más sensato sería dejar un rastro de migas de pan para poder volver. El rastro, desde luego, corre el riesgo de ser borrado por algún desconocido hambriento o audaz que devore esos mendrugos. Pero al menos siempre será una opción para poder volver a ti.
Sin embargo, no sólo para eso se dejan migas de pan. A veces se deja la estela a posta para ser seguidos, y que el camino se ande y se desande según el interés ajeno, y desde luego propio. Pero en esto también hay riesgo. Aunque tengas claro el destinatario nunca se sabe a ciencia cierta quién seguirá el rastro, y cuándo. Y así se presentan las sorpresas, los inesperados y los destinatarios a destiempo.
Uno llega a creer que lo peor es cuando no las siguen. Recogiéndolas o no, no las siguen hasta el destino. Uno siente que los sentidos, presas del vértigo, se desploman. Curioso. Pero eso puede ser lo mejor, y en cualquier caso sólo lo dice el tiempo. Por ello, la mayor amenaza es la impaciencia. Y aún más grave: la posibilidad de perderme a mi misma si me distraigo mientras voy dejando esas migas de pan.
Y no hallarme cuando quiera volver a mi.

1 comentario:

Busaquita dijo...

También existe la posibilidad de que las migas te recuerden precísamente por dónde no volver, o que, al volver, te encuentres con el hambriento que no sólo perseguía las migas, sino a ti.