miércoles, 26 de julio de 2006

Cuestión de fechas

Ilustración: Feliz vuelta a casa. Nicoletta Tomas.

“… ya no volveré a ver a algunos allí, porque un día se enamoraron prematuramente de la muerte”.
(Las que faltaban. Monólogos interpretados por Antonia San Juan).

Hay para quienes las fechas no tienen mayor relevancia porque argumentan convencidos que cada día del año es bueno para todo, por ejemplo, demostrar los afectos y lucir memoria. Respeto y valoro estas convicciones, pero debo decir que yo no puedo pasar por alto algunas fechas. Sobre todo los cumpleaños.
La cercanía de la muerte me hizo entender desde hace mucho tiempo que cada día puede ser el primero y el último, por tanto esta experiencia física es demasiado corta para ser mezquino con uno mismo y con los demás, y viceversa. Aún así insisto, las fechas son para mi de una relevancia particular.
Un día como hoy, todos se despertarían en casa temprano. Entre pijamas y duermevelas, todos a medios despertar, nos dirijiríamos sigilosos a la puerta de su habitación. Cuando estuviéramos todos entraríamos cantando las mañanitas.
Así comienzan los días de cumpleaños en casa. O al menos así eran antes de las ausencias.
Pero el 24 de marzo de 1999 nos interrumpieron la tradición. Por eso hoy no habrán mañanitas en casa. Ni siquiera una llamada telefónica a 6.000 km para desear felicidades.
Anita hoy cumpliría 48 años. Ella era mi padre. O al menos fue lo más cercano que tuve a eso en mi tierna infancia y adolescencia. Me enseñó a leer y a escribir. Me prestó el primer gran libro que me leí en la vida. Fue la primera en hablarme como adulta. Fue la primera en creer en mí. Fue la que me enseñó que había que ser fuerte. Pero hace siete años me la robó un accidente. Yo fui la primera en enterarme.
Ese día descubrí el dolor. Yo, que me creía experta en ausencias ya para ese entonces, descubrí que ésta vez era irremediable, implacable, como una punción que no logras localizar en el cuerpo ni en el alma porque quizás es en todas partes.
El temblor lo comencé a sentir por la mano que sostenía el auricular pero no tardó en calar en toda mi humanidad. Sentía que temblaba hasta el aire que dejé de respirar en ese instante. Fui fuerte como ella me enseñó y aguanté estoica hasta media noche, cuando a solas, por primera vez en el día, en ese fatal día, la niña que precozmente asumió la fortaleza y la autoprotección como modo de vida salió derrumbando mi humanidad de 23 años. Entonces comenzó el aguacero en mis ojos porque el dolor no me cabía en el cuerpo.
Las muertes se sucedieron un año tras otro. Y fui entendiéndola – a la Muerte, esa con mayúscula- cada vez más, cada vez mejor. Pero ella fue la primera y la más cercana. La que más dolió. La que más duele. Hoy cumpliría 48 años.
La tristeza llega incluso a ser un sentimiento fútil ante Anita. La recuerdo tan claramente como si pudiera verla, con esa sonrisa amplia, segura, tenaz, definitiva.
La firmeza de su voz, su olor a azahar, a pintura, a sol…
Y suscribo lo que escuchaba atentamente en la obra teatral de anoche… “por eso utilizamos la memoria… para volver a vivir…”

Estas son las mañanitas
que cantaba el rey David
a las muchachas bonitas
te las cantamos a ti…

2 comentarios:

Busaquita dijo...

Ahora sí, a mí me tiembla todo al leer esto. Parece mentira, pero ese dolor y esas ausencias te han enseñado a estar más viva que nadie. Y a que quienes te rodeamos te queramos y admiremos. Celebra este día.

Anónimo dijo...

Antes de nada, suscribir al 100% todo lo que dice busaquita: se me ocurre que, quizá, esa "vivencia de la muerte" ha ayudado a que seas "tus sueños andando" y que los demás lo disfrutemos y admiremos tanto. Quizá también forme parte del círculo de la energía vital: Que muertes tan intensas, tan desgarradoras, tan importantes para tí, te hayan transmitido la gran vitalidad que ahora, tantos otros, disfrutamos a tu lado. Si es por eso, mi profunda gratitud a Anita, a todas esas personas que has perdido por el camino, porque te han hecho como eres hoy.
Y por supuesto, aunque sé que no lo dudas, está claro que siguen viviendo en tí.Y quizá también un poco en todos los que tenemos el placer de gozar de tu compañía.