lunes, 8 de mayo de 2006

Entrañable y vainilla

Ilustración: Three ages of a woman. Gustav Klimt.

Tu presencia es la más entrañable que mis años -de niña y adulta, y de nuevo de niña- pueden recordar. Te recuerdo llevándome de la mano, mientras con la otra te llevaba tu novio, ese de la melena larga que años más tarde se convirtió en mi tío Chamo de siempre, el más inconvencional de todos. Contigo escuchaba Abba y los Bee Gees de allí que hubiera querido llevarte escondida en mi bolso aquel verano en Estocolmo. Me regalaste –bueno a toda la familia- dos cositas hermosas, una morena y el otro rubio, que hoy ya son más altos que yo. Y todo con la misma sonrisa, infinitamente entrañable, que recuerdo, 30 años después. Por eso creo que ella, tu sonrisa, delata la eterna nobleza de tu corazón, y es siempre joven, no puede ser de otra forma, se lo impide tu candor, ese candor auténtico, no el hipócrita ni el frugal, ese que me ha hecho sentir la calidez de tu solidaridad irrestricta en mis mejores y peores momentos.
Ya te he dicho que hubiera querido que fueras mi madre, aunque de una forma –como el resto de las mujeres de la familia- lo has sido, cada una con su particular aroma a especies. Tú hueles a vainilla, la más dulce de todas. Y creo que hoy entiendo que ha sido el mayor privilegio tenerlo todo contigo. La madre, la tía, la pana, la cómplice… y hoy, la del cumpleaños.
¿Te he dicho ya que te quiero?

PD: A los lectores que quieran felicitarla en sus comentarios, los que la queremos –una vez que la conoces no puedes hacer otra cosa- la llamamos Vicky.

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