martes, 30 de septiembre de 2008

Cosas importantes

Ilustración: www.ashesandsnow.org

Una vez leí que el mayor valor de los pobres es la solidaridad. También leí y escuché que es más fácil ser solidario con la gente que nos cae bien, que con los que no. En cualquier caso, la familia es la primera incubadora donde uno vive la solidaridad, eso creo.
En casa siempre fuimos muchos. Me crié en la casa de los abuelos maternos, una finca de mil metros cuadrados donde siempre cupimos todos y nunca ha sobrado nadie. Mi abuela, con un poder gravitacional implacable ha logrado mantener, salvo tres excepciones, a toda la familia a menos de 1 km de distancia. Y gracias a la cercanía, aunque no justamente sólo por ella, siempre hemos sido una piña. Para lo bueno, para lo malo, que dicen.
La familia fue una cuando murió mi tía M, a la que no conocí. Indisolubles cuando mis tías tuvieron aquel accidente donde a tía A la dieron por muerta (y luego por resurrecta). Un sola sonrisa cuando nació la primera nieta-sobrina, un único abrazo de aliento entre muchos brazos cuando mi primo K decidió irse a ese colegio militar, o cuando se casó mi hermana, o cuando murió mi tía Anita, o cuando cada quien asumió su rol con la enfermedad del tío B.
Seguimos siendo uno cada día, y lo veo cada vez que regreso, y la familia, en pleno, brinda porque una vez más somos todos los que estamos y estamos los que somos. La familia, lo importante.
Eso lo entiendo bien. Ahora me surge una duda. ¿En qué momento, entre las cosas importantes, como la solidaridad y la familia, dejó de estar el respeto a las personas? Hace poco fui testigo, una vez más, cómo hay cosas que por obvias desdeñamos, sin darnos cuenta del efecto mariposa que el aleteo de nuestros comportamientos tiene. La solidaridad dice mucho de nosotros, sí. El respeto dice más. Y eso es importante, admitámoslo o no.

1 comentario:

nomecentro dijo...

En las reuniones familiares se van dejando muchas cartas sobre la mesa. Se abre un amplio conjunto de posibilidades con final imprevisible. Todos llevan un recuento de nuestras virtudes y defectos, ocultos para el resto de nuestras relaciones. Cuando alguien lleva un rato presumiendo más de la cuenta suelo recordarlo. Algún curioso juego de celos y competencias aflora desde un suceso olvidado. Las frases intrascendentes sobre viejas cuestiones mal cerradas, es mejor guardárselas.